Lázaro feliz. Alice Rohrwacher.Crítica







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Crítica:


Alice Rohrwacher (El país de las maravillas, 2014) nos narra la historia de un grupo de pobres del siglo XXI; aparceros que trabaja para una aristócrata, la marquesa Alfonsina de la Luna, venida a menos,  bajo la fórmula ilegal, puesto que ya no está en vigor en las leyes del país, del aparcero, que vive y trabaja en condiciones de esclavitud, de sol a sol sin cobrar un sueldo por sus labores agrícolas, hasta que son sacados por la policía y dejados a su suerte en unas ciudades más inhóspitas que las casas depauperadas en las que se hacinaban en el campo. Su habitat urbano consiste, en alguna ocasión, en viejos y abandonados depósitos de agua; viven de pequeños hurtos que trasladan en un viejo camión destartalado y descubren el cielo cuando Lazaro les enseña a distinguir las hierbas comestibles que crecen en los bordes del pequeño solar, despreciando las bordes y perjudiciales para la salud que crecen junto a ellas. Su forma de narrar acerca a cienastas inclasificables, inquietantes, y perturbadores, cuya imagen produce desasosiego en el espectador, al modo de los protagonistas de 'Sucios, feos y malos' de Ettore Scola, (1976), Léolo, de Jean-Claude Lauzon (1992), o los nórdicos 'Pelle el Conquistador' de Bille August (1987) o 'Border' de Ali Abbasi (2018), todas ellas contadas con imágenes inquietantes e incluso enloquecedoras, propias de un realismo mágico muy particular.

En el film que dirige Alice Rohrwacher el aura surreal , extraña e incoherente, reside en el personaje de Lazaro, resucitado como el bíblico, cuya reaparición le permite caminar en el mundo de los vivos con la misma apariencia bondadosa y apacible que tenía el día que murió, unas cualidades que olfatean los lobos y respetan su cuerpo exangüe, tendido a los pies de un precipicio, tras impregnarse de su bondad. Su vuelta al mundo, en el que todos han crecido e incluso envejecido menos él, no supone un cambio en las inclinaciones y la necesidad de contactar con quienes considera sus amigos, lo sean o no. Un personaje oscuro, cuya interpretación deja la directora al criterio de los espectadores; un joven que no interfiere en la vida de sus compañeros de esclavitud, ni de los elegidos en la clase privilegiada, limitándose a colaborar modestamente en la felicidad de los demás. Un film raro pero agradable, una aproximación lírica y brillante al cine lírico y brillante, (Luís Martínez), o un canto a la bondad, la pureza o la santidad, unas valores que están a la baja en la posmodernidad, algo de lo que se lamenta Jordi Costa (Diario 'El País'). La dialéctica atenuada entre campo-ciudad, noble-villano, rico-pobre, creyente.agnóstico, pervive sin embargo en el corazón de las ciudades del mundo desarrollado, en el que con frecuencia la libertad de los miserables es, simplemente, la libertad de morir de hambre, dejando poco espacio a lo que representa Lázaro en nuestro tiempo. La historia discurre en la actualidad, en nuestro tiempo, algo que Rohrwacher se encarga de precisar a través de las bombillas que lo pobres trasladan de habitación en habitación y que va evolucionando hasta la lámpara de bajo consumo, para que nadie sienta la tentación de desviar su mirada hacia el pasado e ignorar que ese pasado invade con su carga depauperada y debilitadora los países ricos, acompañada de una bondad que no tiene cabida en este mundo. Ni siquiera en sus  iglesias.

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